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“MOUNTAIN BIKE”

  |   En hores d'oficina, Elvira i Don Alberto

El cuadro y el manillar, alemanes. Las ruedas noruegas y el resto, también multicolor, debía ser del país. Una máquina perfecta. Ligera como una pluma y con un montón de posibilidades en sus múltiples ruedecillas dentadas.
Parecía ser suficiente con estos elementos casi mágicos. A Don Alberto así se le antojó aquella mañana de domingo, ataviado con su casco ortopédico, guantes fosforescentes y gafas a lo Induráin.
A las nueve en punto, frente al restaurante de la urbanización y combatiendo la somnolencia de su hijo menor, acudía a la cita de los nuevos montañeros rodados.
El relato del calvario que supuso aquella ruta para nuestro personaje, el afamado Director Comercial, traspasa los límites una descripción tranquila. Tan solo conviene resaltar la insistencia en la caída reiterada de Don Alberto en la misma curva del circuito. A rueda de su hijo, y emulando a los profesionales se lanzaba a tumba abierta sin medir el riesgo. Porque él, de pequeño, había ganado siempre la carrera infantil de la Fiesta Mayor del pueblo y con unas máquinas que poco tenían que ver con estas maravillas de la ingeniería aerodinámica.
Cansando y descubriendo en su cuerpo músculos que hasta el momento ignoraba poseer, acudió a la oficina, también a las nueve en punto del día siguiente.
– Buenos días Don Alberto, ¿qué le ocurre en los pies? Elvira, su secretaria, esbozó una sonrisa irónica.
– Nada, nada… son simples agujetas y dolor en los huesos.
– Pues ahora le dolerá el alma. En la mesa están los impagados de hoy.
– Lo que faltaba…
Eran los impagados más insultantes que podía recibir. Justamente los del cliente que, a pesar de haber causado problemas con anterioridad y de conocer su situación financiera delicada, se le había otorgado un voto de confianza por aquello de que “es amigo de toda la vida”. Él mismo había recomendado la continuidad y refrendó el riesgo asumible y, ahora, le tocaba lidiar el toro. Tropezaba de nuevo con la misma piedra. Las magulladuras durarían más que las causadas por su mountain bike y hasta pensaba en la intervención quirúrgica, algo así como llevar las letras al abogado. Traumas y gastos y, de recuperarse, ya veremos.
Elvira irrumpió en su despacho mientras él intentaba arrellanarse en su sillón con tiento, apoyando sus manos en la mesa y flexionando de manera pausada brazos y piernas.
– ¿Quiere una almohada Don Alberto?
– Déjese de bromas Elvira, llamemos al cliente. Esto no me lo puede hacer.
Tenía que aclarar de inmediato esta incidencia. Apelaría a la amistad y al compromiso personal que él había adquirido.
– Luis, ¿qué tal?… mira chico me he quedado de piedra… acabo de recibir una devolución… Sí, ya… bueno si… tan solo daba una vuelta por acompañar al chaval… No, no… De pequeño si que había corrido en bici, pero ahora… ¿Quedar el domingo?, bien… de acuerdo a las nueve. Pero yo quería… no cuelg…
Había colgado. ¿No era suficiente con tener que aguantar la crítica de los de riesgos?, además sufriría otra tortura ciclista. Eso sí, dicen que mantiene en forma y es ecológico.
Hablaría con él y le argumentaría la necesidad de dar cumplimiento a la palabra y la falta de tacto que había tenido al no avisarle previamente. No le diría que le cerraría el crédito, porque esto no debe hacerse nunca antes de cobrar, pero le propondría una solución consensuada de aplazamiento para cubrir el expediente.
Luis le lloraría y con su verborrea seguro que daría la vuelta a la conversación y al final se lamentarían juntos de la situación coyuntural, de la crisis del sector, de los impuestos y de los altos tipos de interés. Tenía una extraordinaria habilidad para pasar de caso concreto al análisis macroeconómico.
En el fondo Don Alberto pensó que le agradaba la idea de conducir a Luis hacia aquella curva del circuito…