De Estratega a Archîtecto
Cognovit autem Caïn uxorem suam, quae concepit et peperit Henoch: et aedificavit civitatem, vocavitque nomen ejus ex nomine filii sui, Henoch [Gen, IV, 17].
Jordi Adell toma en este nuevo libro que ofrece a sus impacientes lectores el arte de la arquitectura como fuente de inspiración para sus propuestas sobre el management. Me parece que no podía hallar metáfora más adecuada. La arquitectura es la llave de todas las ciencias, como se refleja en los primeros mitos de las leyendas judeocristianas. Así, Caín, el hijo maldito y frecuentemente olvidado de Adán y Eva -quien, sin embargo, en palabras de la propia Eva, possedí hominem per Deum!- fue el constructor de la primera ciudad, a la que puso el nombre de su primogénito. He aquí el primer arquitecto. No por casualidad, los linajes de Caín, el arquitecto, y de su hermano Seth, el sustituto de Abel, son descritos de forma completamente distinta en el capítulo IV del Génesis: de los descendientes de Caín que habitaron al Este del Edén conocemos sus oficios, mientras que de los hijos de Seth sólo sabemos la larga vida de que disfrutaron. Las dos líneas se diferencian en que la una crea y la otra, simplemente permanece; la posteridad de Caín funda la civilización y toma a su cargo el progreso de la técnica, de las ciencias y de las artes; mientras que la posteridad de Seth se contenta con crecer y multiplicarse.
Entre los descendientes de Caín hallamos a Tubalcaín, primer fabricante de artilugios de cobre y de hierro, hábil en el manejo del martillo, que guarda un cierto paralelismo con Vulcano o Hefestos, dios del fuego y forjador de profesión. Y, según algunos, de la casa de Tubalcaín sería Hiram, el arquitecto de una de las construcciones más citadas -ayer y hoy- de la historia de la humanidad, el Templo de Salomón. La estirpe de Caín, en suma, es la de los hombres y las mujeres que no se conforman con existir, sino que quieren transformar la realidad, ser creadores, dominar el fuego y forjar el hierro con los materiales que hallan en el fondo de la tierra; y, simbólicamente, buscar en el interior de si mismos, la fuerza vital para desembarazarse de la esclavitud de la superstición y construir un mundo mejor. Los hijos de Seth son pasivos y crédulos, los de Caín, activos y libre pensadores y ésta es la razón que explica que sea entre estos últimos donde nace y se desarrolla la arquitectura.
Cita Jordi Adell en el capítulo sexto de su obra la Ética a Nicómaco de Aristóteles, en la que el filósofo griego sugiere la conveniencia de que haya un saber organizador o arquitectónico, considerando que el filósofo de la ciencia política es el arquitecto del fin. Los comentaristas de Aristóteles han destacado que esto implica, a pesar de que se posea un íntimo conocimiento del asunto de que se trate, la necesidad de la dirección de una facultad maestra, pues el hombre que conoce los detalles no puede tratar de ellos sin poseer previamente un plan de vida. En coherencia con este planteamiento, Jordi Adell continúa después sumergiéndose en el humanismo de los filósofos para extraer consecuencias válidas y actuales con destino al directivo-arquitecto que propone.
Está lejos de mi intención adentrarme en el mundo de los directivos que tan bien conoce Jordi Adell, como demuestra esta obra cuyo rango no desmerecería el de una tesis doctoral concebida en el seno de una universidad moderna. Un paréntesis: Luciano Martínez, antiguo Jefe de conserjería de la Escuela de Empresariales, recientemente fallecido en avanzada edad, sin que las circunstancias hayan permitido ofrecerle la última despedida académica que merecía -lo que, en parte, deseo solventar con estas líneas de homenaje- solía escribirme para contarme sus cuitas y desvelos hacia los demás e invariablemente comenzaba sus cartas con una fórmula de cortesía propia de su época hablando del “Centro que V.I. tan bien dirige”, sólo que modificándola, seguramente por descuido, para transformarla en el “Centro que V.I. también dirige”. Nunca el lapsus me pareció un error, porque todo el mundo sabe sobre el poder y la influencia de algunos cuadros. Sea como fuere, aquí y ahora, sólo Jordi Adell domina “tan bien” el arte del management y a mí no me es aplicable en forma alguna el “también”.
Permítaseme, sin embargo, en la estela del pensamiento de Jordi Adell, distinguir entre el directivo-arquitecto y el falso directivo-depredador. El primero adopta como misión pulir la piedra bruta, empezando por él mismo, y hacer que cada persona ocupe un lugar digno y efectivo en la construcción de la obra. El segundo, por el contrario, actúa como los asesinos del arquitecto Hiram, del que hablan las leyendas de los constructores, violando las reglas de su oficio y buscando con desespero un enriquecimiento rápido a costa de cualquier precio.
Y una apostilla final sobre la que Jordi Adell y yo coincidimos. El directivo ha de saber aprender, pero es igualmente importante que sepa desaprender. Ha de construir, pero es también misión del arquitecto, deconstruir: solet architectus esse optimus propiorum obra demolior (Petrarca, Epistolae de rebus familiaribus, 7, 7).
Joan-Francesc Pont Clemente
Doctor en Derecho
Diplomado en Ciencias Empresariales
Catedrático de Derecho Tributario