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¿EFICAZ O EFICIENTE?

  |   En hores d'oficina, Elvira i Don Alberto

El entusiasmo de Elvira se torna en muestra de desaprobación, al comprobar que D. Alberto se mostraba feliz por tener una vida laboral definitivamente organizada y no era gracias a ella.
En realidad la frase del jefe no estaba dirigida a mostrar su satisfacción por lo bien que le “cuidaba” su secretaria. Se refería al nuevo artilugio que guardaba celosamente en su maletín y que le parecía el gran descubrimiento de finales de siglo.
Se trataba de una agenda.
No, no era una agenda cualquiera. Para poder usarla era necesario haber asistido a un curso completo de la administración del tiempo del ejecutivo, seguir cuidadosamente las instrucciones y dotarla de elementos accesorios como un fichero, un sinfín de separadores y unos pequeños papeles de bolsillo en una diminuta cartera que servirían de anotación instantánea de las ideas y proyectos.
Suponía también unos momentos de reflexión a primera hora de la mañana, justo cuando D. Alberto estaba resacoso de la noche anterior -pensaba Elvira-, y unos minutos de traspaso de fichas a la agenda principal ordenadas temáticamente, por urgencias e importancias y otros minutos más traspasando al fichero general las anotaciones de los múltiples papelitosteóricamente guardados en la minicartera de bolsillo con lo que el día, la semana, el mes, la vida… estaba totalmente controlada y organizada para ganar la carrera al tiempo. El tiempo que se detiene ante la agenda contemplando a su nuevo verdugo.
Las afirmaciones de D. Alberto en su discurso entusiasta eran cuanto menos surrealistas:
– Además, Elvira, conviene tener en cuenta que el tiempo y el espacio son dos dimensiones vertical y horizontal que adquieren su sentido cíclico en la confluencia vivencial…
Eran frases emanadas de los apuntes apresurados realizados sobre el apartado “notas” de la flamante agenda principal, objeto del cursillo metafísico.
– Don Alberto, así, ¿no va a necesitarme?…
– No es tan grave. Lo que ocurre es que podremos planificar su tiempo con mayor rentabilidad que seguro cumplirá sus expectativas de vida y logrará mayor felicidad.
– Pero yo no tengo esta agenda…
– ¿No se da cuenta que si yo vivo conduciendo mi propio tiempo y eligiendo el mejor momento para cada cosa, sin agobios, sin prisas, con completo orden, también su vida cambiará?
– Si, si ya veo, pero ya no tendré trabajo, Don Alberto. Ahora me paso el día ordenándole la vida y si el fichero ese, la agenda y la microagenda de bolsillo la lleva usted, yo…
– Ya buscaremos algo. Déme tiempo para pensar.
– No le doy nada. Busque el tiempo en su agenda.
Con esta frase irrespetuosa, la ofendida secretaria dio media vuelta sobre si misma y salió del despacho despidiéndose con un medio portazo.
Pero ¿qué he hecho yo? – pensaba D. Alberto -. Me voy tres días a un seminario para formarme, ayudar al funcionamiento del trabajo, descargar trabajo de los que me rodean, incluida la secretaria, y encima se me ofenden.
Ingenuidad la de Elvira. No había previsto lo que sucedería a las dos semanas justas cuando del bolsillo de la americana de su jefe aparecían papelitos con notas ininteligibles, arrugadas, multiutilizadas, con un fichero absolutamente virgen desde el segundo día del propósito de enmienda y una agenda con anotaciones de todo tipo el único orden aparente del número de día y en algunas ocasiones la hora si es que en su lugar no se leía aquello de mañana o tarde, entre las 12 y la 1 o aquello otro de llamar para quedar.
Toda la organización de vida, a modo de ejercicios espirituales de la infancia, para un trabajo eficaz; sería bueno para otros pero no para su jefe.
¿Eficaz o eficiente? ¿Cuál sería la palabra exacta? Don Alberto le había diferenciado los dos conceptos aquel primer día de euforia. Formaba parte del cursillo. Ella no recordaba la diferencia… E1 tiempo lo había borrado y no lo anotó en su agenda.