16 VÁLVULAS
El chaval estudiaba Filosofía, segundo curso, y hablaba de su dieciséis válvulas con la soltura propia de un ingeniero especialista en automoción.
Apetecía preguntar a aquél grupito de letras la exacta función de una válvula ya que según sus conclusiones, si no se tiene un dieciséis no se puede ir a ninguna parte.
Don Alberto interrumpió el “estudio” de los universitarios.
– No vayáis a dormir muy tarde. Lección dormida, lección aprendida. Pero hay que dormirla unas horitas.
– Sí papá. Estábamos discutiendo sobre velocidad. ¿Verdad que notas el reprise de tu 16 válvulas?
– Hombre… la velocidad no lo es todo, no perdáis el tiempo y de cara al examen.
La cultura de la prisa. Cualquier mensaje publicitario que recibimos está impregnado de la posibilidad de disfrute inmediato, de llegar antes que nadie, de ser los primeros… y luego por contraste la cultura de la impuntualidad. No hay cita que se demore por una otra razón, se aplace por acumulación de reuniones, y hasta parece normal llegar a una entrevista diez o quince minutos tarde por aquello del tráfico.
Se vive con prisa la percepción de lo escaso y la vida ciertamente es corta, pero a D.Alberto le extrañaba que su hijo quisiera ir deprisa cuando todavía no había podido darse, cuenta de la “levedad del ser”, por descontado, insoportable. Eso es algo que se va aprendiendo con los años y hasta cumplidos lo cuarenta no se percibe como breve este tránsito vital. Eso sí, ya de pequeñitos tenemos que ir deprisa y corriendo influidos por esta cultura dieciséis válvulas que nos rodea.
En el mundo de la empresa es bien distinto En la selva competitiva que nos rodea el elemento tiempo tiene su importancia. Es importante llegar pero parece ser que también lo e el llegar primero. No vale lo de “lo importan te es participar”, esto será un consuelo olímpico, sueño de un Barón que no pensaba en la empresa cuando pronunció su frase.
La velocidad en el mundo empresarial adquiere su relevancia en la toma de decisiones ya que es uno de los elementos a tener en cuenta en las tareas de dirección.
Don Alberto, hombre intuitivo y poco analítico, se vanagloriaba de su capacidad de respuesta ante las situaciones límite a las que se veía sometido. En el área comercial -su área-, a menudo se dan condiciones de negocio que propician ésta práctica. La operación depende de un sí o un no en el transcurso de la entrevista con el cliente. El cliente presiona y muestra las ventajas de la oferta de la competencia.
Conducir el diálogo hacia el terreno que le era propio a Don Alberto era su principal misión. No nombrar a la competencia. Sólo hablar de las ventajas de lo ofertado e incitar al cliente a que nos necesite, hacerle ver los beneficios de nuestro producto o servicio y que llegue a pensar aquello de “toda la vida esperando éste momento…”.
– Elvira, ¿ha hecho la reserva del hotel?
– No, no. Todavía no Don Alberto, no sé si decidirme por el Holliday o el Puerto Playa.
– Vamos mal de fechas. ¡Decídase!
– Sí pero… en uno los salones son mejores que en el otro, pero por precio y servicio… creo que…
– Decídase. No podemos esperar toda la vida. La convención es para dentro de 20 días.
Elvira dudaba siempre. Duda metódica. Dudar como sistema. Hasta dudaba en el supermercado.
Siempre acababa comprando la misma marca de suavizante pero tenía por costumbre analizar todos los precios, cantidades y aromas distintos de los productos.
Don Alberto, por el contrario, era un dieciséis válvulas. Apretaba el acelerador y en un santiamén decidía.
Se equivocaba a veces, pero nunca lo reconocía del todo. Su argumento era el beneficio de la escasa duración de la incertidumbre. Explicaba el chiste de aquel que pasaba los cruces de carreteras acelerando a fondo y con los ojos cerrados. Al estar menos tiempo expuesto al choque se eliminaba riesgo, decía… y luego se reía de su propia gracia convencido de que algo había de cierto en aquella historieta ridícula.
Elvira tenía un estante oculto en su despacho. Colocaba allí los expedientes “dudosos”. Las urgencias pasaban de moda y dejaban de serlo. Lo que no se resolvía, por sí solo explotaba y, entonces, se reflotaba el expediente o por el contrario caía en el olvido.
El argumento de Elvira era la ventaja que suponía la reducción del número de toma de decisiones, ya que muchas de ellas dejaban de ser necesarias.
Así las cosas, en la oficina iban tirando. Unos por mucho y otros por poco conseguían la mediocridad del término medio tantas veces asimilado a la virtud.