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CULTURA

  |   En horas de oficina, Elvira y Don Alberto

Dormitaba en la sexta canción del músico turco que recitaba, con el único amigo de su hueca caja de cuerdas.
El calor de la noche veraniega invitaba a la relajación inmóvil. Tan solo el golpe rítmico de la púa del trovador mantenía en este mundo a nuestro amigo Don Alberto.
Se cantaba a las banderas. La percusión apareció súbitamente y con gesto sincopado enderezó las cervicales al tiempo que parpadeaba exageradamente.
Se habían acabado las vacaciones y el regreso era agotador. Mucho más si añadimos a la acumulación de problemas laborales, los compromisos adquiridos de asistencia a los conciertos imprescindibles.
A su esposa le encantaba «hacer cultura» y no dejaba pasar oportunidad alguna de vivir la noche calurosa entre músicos de los más recónditos lugares.
Aquella noche tocaba el turco. Era sencillamente delicioso dejarse ir, volátil, rodeado de musicalidad sin palabras asequibles….
La mañana siguiente sería otra vez ojerosa y con toda seguridad su secretaria, Elvira, miraría descaradamente el reloj cuando el noctámbulo director apareciera por la oficina.
Desplomado en su sillón y clavada fija la mirada en el humeante café con la meditación de estas semanas; ¿realmente he hecho vacaciones?
El césped, el fondo de la piscina, mi segunda profesión de taxista de la familia y… los abuelos.
Tardes interminables de tertulia repetida con los matrimonios «amigos» de la zona. El campeonato de dobles con el consecuente reparto de premios para acumular la medalla de participante, el desgaste de la cinta magnética de la tarjeta de crédito y las sobredosis de biodramina para evitar el mareo en los deliciosos y sofocantes paseos en la barca de Carlos. Suerte de las dos interrupciones, aparentemente forzadas, para acudir a la Delegación de Valencia y «resolver» aquellos asuntos.
– Don Alberto debemos resolver hoy mismo el tema de fechas de los cursos de formación de ventas y, además, esta tarde tiene reunión de Dirección para el Plan de Calidad.
– No he mirado nada… Llama a los comerciales de zona y reúnelos enseguida. Después convoca a Ramírez y Bono para el tema de calidad… improvisaremos algo.
– Tengo un resumen de las anteriores reuniones y las conclusiones de los otros grupos. Los pedí antes de que regresara. Pensé que convendría mirarlo… También hice un sondeo de fechas posibles con todos los vendedores. Aquí está el resultado para… que lo analice. No sé si le servirá…
– Bien, déjelo en mi mesa. Tengo que hacer unas llamadas.
Don Alberto se abalanzó a los dossier en el momento que su secretaria cerró la puerta del despacho. Lo tenía todo resuelto. Claro está, con una dirección como la suya nada podía fallar. Educar a los subordinados y motivarles era el único camino para transformar a un grupo de personas en un equipo.
Acabaron las dos reuniones con el éxito «previsto» por nuestro ejecutivo eficiente. Elvira irrumpió en el despacho acristalado desde el que se contemplaba un horizonte rojizo con nubes estáticas.
– Si no le importa tendría que salir puntual esta tarde. Tengo entradas para un concierto.
– Elvira, hemos hablado muchas veces que en estas fechas no deben existir horarios. Por mi ya sabe que no tengo inconveniente, pero piense usted misma en la cantidad de cosas que se están moviendo estos días… la cultura hay que ponerla en su sitio… en fin usted misma.
Elvira llegó tarde al concierto. Se perdió los tres primeros temas del folclore turco. Regresó a su casa inundada de sensibilidad musical. Mañana será otro día, pensó… y se durmió plácidamente.