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UN MURO, UN SIGLO

  |   Editorial

No sabía qué poner… Finalmente hice mi inscripción en el muro. Treinta y ocho días después se inauguró el nuevo siglo. Mi escrito debe estar destruido o formando parte del fetiche de algún coleccionista, cuando se comercializaron hasta los despojos del símbolo berlinés que marcó el punto de inflexión de nuestra era.

 

Hoy casi me molesta escribir la fecha llena de ceros, porque veo en ella una ingente cantidad de ilusiones y deseos frustrados. Es el día a día lo que puede hacernos avanzar y en ello seguimos la andadura de nuestra publicación. Las convenciones temporales en las que nos sumimos son la pantalla que siempre estamos dispuestos a situar frente a nuestra incompetencia.

 

En nuestras empresas sólo vale lo que hacemos, lo que planificamos pensando en la acción. Los programas de futuro están reservados para algunas mentes privilegiadas que son capaces de ver como va a caer el muro… De la tediosa frase cambio de milenio, a estas alturas, tan sólo deberíamos quedarnos con la primera palabra. El cambio es y será la constante en nuestra actividad. Faltan tan sólo unos días para que este escrito esté en sus manos y prometo no releerlo para que no me parezca antiguo. Mañana tendrá otro matiz, al menos eso espero, será la constatación de nuestra propia evolución.

 

Los artículos que pueden disfrutar en este número tienen el doble carácter de reflexión atenuante del tiempo y vocación intrínseca de ser cambiados por el propio lector en su aplicación inmediata a su propia realidad temática variada y girando alrededor del hombre de empresa, que conforma, día a día, el presente y el futuro de todo su equipo. Son experiencias, pensamientos y orientaciones que podemos leer sin temor a la convención temporal del milenio.

 

Nuestra realidad es la mejor era para vivir. Es la nuestra, la única que podemos elegir y forma parte de nuestra labor, convertirla en la era deseada, el siglo en el que hombres y mujeres también viven, no sólo trabajan, en sus empresas.

 

Por cierto, querido lector… ¿sabía usted que la palabra trabajo se deriva de “tripalium”, una especie de cepo formado por tres palos, un antiguo instrumento de tortura…? Hagamos de ello una palabra realmente antigua.